La Ciudad de la Luz

Muchos son los tipos de ciudades que se pueden encontrar en el mundo. Y cada ciudad, respondiendo a su conformación, es única con respecto a las demás. Creemos que la singularidad que caracteriza a cualquier centro poblacional, cualquiera sea el tamaño que est tenga, no responde a la coyuntura histórica ni al patrimonio monumental que posea. Es verdad que éstos elementos suman atractivo a una urbe; se trata de un hecho innegable.

 

Pero. ¿qué es lo que realmente le da espíritu a una ciudad?

 

Puede que la respuesta a tal pregunta a primera vista parezca obvia. -Es la gente, dirán casi todos. Pero no pensamos que sea así. Es decir, no estamos totalmente en desacuerdo en que la gente es algo sumamente importante (fundamental) al momento de definir la identidad de cualquier centro urbano. Pero más importante aún es lo que éstas personas hacen. Y no. No no estamos refiriendo a los distintos tipos de trabajos que realizan ni el beneficio económico o funcional que la ciudad reciba como correspondencia por el trabajo de sus habitantes.

No. Hablamos de cada una de las pequeñas cosas que van sumando y que determinan una actitud colectiva particular que define el carácter de una ciudad. Y estas actitudes sumadas, si se notan. Puede parecer que divagamos con respecto de esto, (es más, llegado este punto se habrán cansado de leer sobre 'actitudes' cuando el título decía otra cosa), pero es que las actitudes colectivas hacen mucho.

La Ciudad de la Luz, así llamamos a este artículo que trata escencialmente (como cada una de las cosillas insignificantes que iremos publicando), acerca de la realización de un viaje metafórico a través de las acciones de un artista en formación y la resiliencia, o resistencia, que ofrece el medio urbano a esta actividad.

 

Ahí es donde entran las actitudes colectivas. No se tratan simplemente de una simple tolerancia o indiferencia con respecto a lo que sucede a su alrededor. Todos los días vemos atardecer desde las ventanas de nuestras casas o nuestras oficinas. Y todos disfrutamos el ver un atardecer desde un sitio DISTINTO a donde siempre lo vemos. Y no se trata de que no nos agrade qué es lo que vemos. Sino de que  es parte de una cotidianidad  terriblemente implacable de la que cada persona con que uno se cruza en la calle, hasta en los sectores más alejados del centro urbano, pretende escapar. Se trata de un terror, no injustificado, de lo que nos rodea. Y la labor de cualquier artista (formado o en formación), sin duda pretende huir también de esta cotidianidad.

Pero al mismo tiempo, y casi inconscientemente, amamos esta relación rutinaria y repetitiva con lo que siempre vemos. Se trata de nuestro espacio, de nuestra zona de confort. De donde, aunque no nos guste el relacionamiento, nos sentimos seguros.

 

Y eso es lo que para nosotros determina el espíritu de una ciudad. La colectividad. Una masa de personas en una constante alternancia de una relación de amor-odio-amor con su cotidianidad, con aquello que aman hacer y también con lo que hacen por el deber. Y por eso, La Paz, es una ciudad de luz. No por sus monumentos históricos, (pequeñas muestras del ingenio del hombre, pero que tarde o temprano habrán de desaparecer), ni tampoco por su gente, (en el entendido de que sean simplemente una masa informe y entrenada, algo como un ejército de hormigas sin conciencia ni voluntad).

 

No, ésta, como cualquier ciudad, es hermosa porque es heterogénea. Porque es cambiante. Pero también porque puede ser monótona y gris hasta que, sin proponérloslo, al doblar una esquina, sucede algo que nos remueve una emoción.

 

Es una ciudad de Luz porque puede ser oscura y aterradora. Y porque su riqueza real es un sentir distinto; uno por cada uno de sus habitantes.

Escribir comentario

Comentarios: 0